El mundo del deporte, como la vida misma, es un mundo en el
que la comparación con algo o alguien ajeno a nosotros está a la orden del día.
Por ello, ante la más mínima luz que arroja un joven deportista, se cierne
sobre él una sombra oscura y en ocasiones demasiado dañina: las expectativas.
En fútbol siempre se ha buscado a los nuevos Pelés y
Maradonas, en baloncesto se ha hecho lo mismo permanentemente con Jordan. En
tenis, que es lo que nos concierne, después de que Federer derribara todos los mitos
habidos y por haber, el suizo se convirtió en el modelo a imitar.
El dominio del de Basilea fue aplastante hasta que apareció
Rafael Nadal. El español, con su melena al viento, sus pantalones piratas, su
camiseta sin mangas y una garra fuera de lo común se convirtió en el héroe o
villano, según la perspectiva y gustos del espectador, del mejor tenista de
todos los tiempos. De esta forma surgía el fenómeno de Nadal, capaz de asaltar
el Olimpo de los privilegiados. Nacía otro ejemplo a seguir, en España y fuera de
ella.
Desde ese momento todo tenista que asomaba ligeramente la
cabeza en este país tenía la enorme losa sobre sus hombros de ser ‘el siguiente
Nadal’. Jugadores como Carlos Boluda o Javier Martí, que en 2017 cumplirán 24 y
25 años respectivamente, vieron cómo sus fantásticas carreras a nivel juvenil
pronto les situaron ante el más severo de los juicios para un deportista: la
opinión pública. Entre lesiones y falta de progresión las carreras de ambos
tenistas nunca han alcanzado las cotas que se esperaban hace diez años. En el
caso de Boluda es reconocido por él mismo que la comparación con Nadal le hirió
por ser incapaz a la larga de seguir el ejemplo de Nadal: la exposición
mediática fue demasiado para alguien que a nivel profesional todavía no había
sido probado.
Nadal comienza a forjar su leyenda en una época en la que el
tenis español estaba al alza. Juan Carlos Ferrero y Carlos Moyá seguían siendo
tenistas completamente de élite cuando el de Manacor entra en el circuito ATP,
derribando todo lo que se encuentra a su paso. Por ello, lejos del aun vigente
poder de Ferrero y Moyá y de la explosiva irrupción de Nadal, pocos parecían
ver entre tanto brillo a alguien que, lejos de los focos, también comenzaba a
crear su senda. Había nacido tenísticamente David Ferrer y casi nadie se había
percatado de ello.
Jugadores como Fernando Verdasco, Feliciano López, Tommy
Robredo o Nico Almagro, tenistas de élite que en cualquier rincón del mundo
serían idolatrados hasta la saciedad, quizá en España no han obtenido nunca el
crédito acorde a lo que han sido sus respectivas carreras. Mismamente David
Ferrer, cuya carrera ha sido netamente superior a la de todos los citados, no
ha sido nunca objeto ni de la décima parte de los halagos que su carrera ha merecido. Pese
a estar entre los elegidos, entre los mejores jugadores del mundo, su
relevancia ha sido muy escueta. Para los medios y gran parte de los aficionados
un torneo terminaba en el mismo momento en que la participación de Nadal se
veía interrumpida. La figura de Nadal, tan inmensa y merecidamente grande, parece que abarcaba demasiado espacio como para que fuera posible desviar un mínimo la mirada hacia nada que no fuera su brillo.
Lejos de los focos, la carrera de David Ferrer ha sido
envidiable. Y por ello, por la ausencia de exposición mediática, pocas veces o
ninguna se ha tratado de encontrar un sucesor al de Jávea.
Total, ¿para qué hacerlo,
si podemos buscar al de Nadal?
La realidad es que no va a volver a haber un Rafa Nadal.
Tampoco volverá a haber otro Roger Federer, por mucho que la gente insista en
Dimitrov, otro al que las odiosas comparaciones han dañado más que beneficiado.
Y tampoco habrá, obviamente, otro David Ferrer.
No obstante sí podemos encontrar similitudes con el
alicantino en un par de tenistas todavía emergentes. Casi sin querer, cocinados a fuego
lento y lejos de la losa no solo de las comparaciones con Rafa Nadal, sino con
cualquier tenista de élite español, han aparecido en el panorama Roberto
Bautista y Pablo Carreño. Han surgido, sin voces que los reclamaran, los
sucesores de Ferrer.
Tanto Bautista como Carreño llegan a 2017 tras una temporada
pasada magnífica, de consolidación de ambos entre las mejores raquetas del
circuito ATP. Su perfil de juego y su trayectoria recuerdan a la de Ferrer.
En 2016 España volvió a ser el país cuyos jugadores ganaron
más títulos del circuito ATP. De los 10 títulos ganados solo 2 llevaron la
firma de Rafa Nadal. Los mismos que, casualmente, llevaron la firma de Bautista
y Carreño. El castellonense y el asturiano son a día de hoy las alternativas más
fiables a corto y medio plazo del tenis nacional para ir sumando títulos al
casillero español.
Es innegable que las llamas de Nadal y Ferrer se van apagando.
Entre ambos han ganado 95 títulos, 69 del de Manacor por los 26 del de Jávea.
Ni Roberto Bautista ni Pablo Carreño van a alcanzar lo logrado por Rafael
Nadal. Segurísimamente tampoco lograrán cosechar tantísimo como consiguió Ferrer.
Pero es que tampoco han de hacerlo. Hablamos del palmarés de quizá los dos mejores tenistas
de la historia de este país.
Este texto no intenta ni mucho menos poner presión alguna
sobre ninguno de los dos, porque ni tengo la difusión ni tengo ningún interés
en hacer algo así. Lo que pretenden estas líneas es que sean reconocidos, algo
que se les negó a otros como fue el caso de Ferrer. Porque, sin Nadal, va a
quedar un hueco vacante, un vacío que debe ocuparse si no queremos que el tenis
español entre en decadencia al menos hasta que emerja la próxima figura del
tenis español, momento en el que volveremos a infravalorar lo que ya tenemos,
como hacemos con todo.
Bautista y Carreño están capacitados para cohabitar en esa
plaza. No van a temer comparaciones, no son niños a someter al juicio de la
opinión pública. Han llegado alto sin la ayuda del aficionado ni del halago, quizá
nos sorprendamos de lo que son capaces si reciben algo de cariño y apoyo.
Porque todos, hasta los que triunfan, necesitan ayuda de alguien para dar el
siguiente paso.